Residencias: un conflicto que dura demasiado tiempo
19-04-2017 / GARA
Josu Perea - Asociación de Familiares de las Residencias de Bizkaia
Estamos asistiendo impasibles,
anestesiados, dormidos,
viendo cómo pasa ante
nuestros ojos un dramático episodio (desgraciadamente uno más) en el que el
desamparo de nuestros ancianos mayores adquiere carta de naturaleza y se
presenta ante la sociedad como un problema irresoluble por mor de las
contradicciones que el modelo social, al que eufemísticamente llamamos de
bienestar, pone de forma sangrante al descubierto.
Instituciones y empresas inundan a la
ciudadanía con pomposas soflamas que proclaman a los cuatro vientos las bondades
de un modelo que asegura un altísimo nivel de calidad y calidez humana,
garantizado por esa dualidad que instituciones y empresas al unísono, y de
forma altruista y filantrópica nos presentan a la ciudadanía. La realidad es
que viejos y viejas son el pin pan pun de un modelo
asistencial que se nos muestra como el summum
civilizatorio, como el gran modelo situado en la vanguardia de la asistencia a
las personas mayores, la envidia allende de nuestras fronteras.
Nosotras y nosotros vemos con profunda
preocupación cómo el conflicto, que se
está alargando de forma infinita, está colocando a nuestros mayores en
el más absoluto desamparo y en la precariedad, por más que empresas e instituciones se empeñen en
mostrarnos un escenario garantizado y salvaguardado por instituciones y
empresas responsables. La realidad sangrante de cada día pone al descubierto un
dramático panorama impropio de una sociedad que se denomina, así misma, como
campeona y garante del bienestar de
unos mayores que dice tutelar.
Causa estupor y hasta pena ver al
máximo responsable institucional de Bizkaia enfrascarse en una disputa
ideológica con algún sindicato, anunciando a cuantos le quieran oír, a través
de un Bando periodístico, aseverar,
para tranquilidad de sus representados, que sus impuestos están a buen recaudo
“Esta Diputación no va a subir los impuestos a los vizcaínos para sufragar
ningún chantaje” ¡Quién da más en este disparate!
No pueden las instituciones situarse de
forma equidistante en este conflicto haciéndonos creer que mantienen una
neutralidad exquisita ante los “otros” agentes intervinientes en el conflicto. Manifiestan,
sin rubor, que son sindicatos y trabajadores quienes tienen que llegar a un
acuerdo, mientras las
empresas engordan la saca de
beneficios a costa de más y más precariedad en la mayoría de las residencias,
donde los familiares contemplamos impotentes el deterioro asistencial cada vez
mayor de nuestros familiares, débiles, indefensos, ajenos a un conflicto que no
entienden, pero que sí sienten. Unos mayores que solamente demandan cariño y humanidad.
Ratios, horas, salarios dignos, mujeres
en desventaja social, están sonando, cada vez más, como reivindicaciones que se
pierden en la realidad de un conflicto que trasciende de la pura reivindicación
de trabajadoras y trabajadores. Detrás, más allá, está la cada vez mayor
simbiosis entre lo privado y lo público, porque lo privado siempre existe en
relación a lo público, puesto que entre ellos se intercambian y se retroalimentan
uno con otro simultáneamente. Cuanto más se haga en lo privado, decía Zillah Eisenstein, lo público se va haciendo
pedazos.
El
sector de las residencias de la tercera edad se ha convertido en un gran nicho
de negocio donde fondos de
inversión y grandes compañías han irrumpido con fuerza para hacerse con
importantes cuotas de mercado, realizando inversiones que consideran
"un valor seguro y al alza” Los
inversores ven en los centros para la tercera edad una oportunidad de oro
porque se trata de "negocios recurrentes" por la existencia de
una demanda que crece teniendo en
cuenta la estimación de la curva vegetativa negativa que indica el crecimiento y la mayor proporción de ancianos
entre la población.
No puede ser que cantidades ingentes de
dinero público, que llegan a las empresas a través de los pliegos de
concertación, estén al albur, exclusivamente, de criterios de rentabilidad
económica, exonerando a nuestras instituciones de una responsabilidad política,
última, que de ninguna manera puede ser delegada. Si a través de la
concertación se ocupa el 60 ó 70%
de las plazas, la responsabilidad es muchísimo mayor en tanto que está en la doble
obligación de administrar nuestros impuestos, y sobre todo, de tutelar a nuestros mayores.
En la movilización del pasado 26 de
febrero, que realizamos conjuntamente con la plataforma Pensionistak Martxan,
llamábamos la atención de cómo cada vez más las instituciones públicas están
dejando la atención a las personas mayores residentes en manos de una
iniciativa privada con poca vocación de servicio, que busca sobre todo la
rentabilidad precarizando al personal laboral, con unos ratios insuficientes,
manteniendo salarios bajos… Así pues, estamos convencidos, decíamos, que nuestros servicios sociales para las
personas mayores residentes son terreno abonado para el conflicto.
Decían los clásicos que la auténtica libertad de la persona radicaba en la independencia
económica Tener unos
ingresos asegurados, generados por uno mismo, permite disponer de un proyecto
autónomo de vida. A partir de ahí se establecen relaciones con los demás en un
plano de igualdad, es decir, de forma voluntaria. Tener un trabajo remunerado
es clave para la emancipación de las mujeres y de los hombres, al
dar acceso a la autonomía financiera, a los derechos sociales, a los procesos
de socialización, identidad y reconocimiento. Las
trabajadoras que cuidan de nuestros mayores están muy lejos de esa
emancipación. Sus reivindicaciones no solo nos parecen justas sino que de
alguna manera las hacemos nuestras. Ellas son imprescindibles para una mayor y mejor asistencia a
nuestros mayores.
La lucha por la obtención de unos
justos logros sociales para un sector laboralmente precarizado como
consecuencia de la infradotación de las plantillas, requiere sumar fuerza y
energías en un conflicto enquistado en el que patronal y Diputación ven pasar
desde la barrera, complacientes, un conflicto con una correlación de fuerzas favorable, en la que impera la ley
de “quién aguanta más” en la que trabajadoras/es
y sobre todo nuestros mayores están pagando un peaje que ninguna sociedad
tendría que consentir.
Son las graves consecuencias de una
sociedad totalmente mercantilizada, con unas instituciones que en algunas
ocasiones actúan como mamporreras de la sinrazón
mercantil, atrapadas en una lógica, como decía Karl Polanyi en su obra La Gran Transformación, que
está condicionada por la economía de mercado que arrastra consigo
demasiadas servidumbres “La
sociedad es gestionada en tanto que auxiliar del mercado. En lugar de que la
economía se vea marcada por las relaciones sociales, son las relaciones
sociales las que se ven encasilladas en el interior del sistema económico” Este
capitalismo depredador ha propiciado una auténtica desviación de la norma social, moral, de toda la humanidad.
En lo que a nosotros respecta y a pesar
de que de alguna empresa nos ha demandado y se ha querellado contra la Asociación, estaremos permanentemente alerta,
porque somos conscientes que tendremos que ir mucho más allá de lo que nos
impone los límites estrechos de los modelos de atención social que las instituciones han
dejado en manos privadas. Servicios mínimos y grandilocuentes palabras en favor
de nuestros mayores, son papel mojado ante una situación de emergencia que los
más indefensos sufren en la cotidianidad de sus vidas.
Los derechos de nuestros mayores no pueden estar
supeditados, no pueden estar sujetos a la cuenta de resultados. Socializar los cuidados
y la atención de nuestros mayores está en nuestra estrategia y es una responsabilidad que hemos asumido.
Tenemos múltiples razones para comprometernos como Asociación Babestu en la
defensa de nuestros familiares mayores, pero una de ellas prevalece sobre todas las demás. Es el
hecho y la obligación de salvaguardar que los
derechos de los mayores no caduquen con la edad.
Firmado: miembros de
la Asociación Babestu. Josu Perea, Juani Céspedes, Elías López Munguía, Iraide
Urriz, Xabier Monreal, Maika Loizaga, Julia Miguel y Mari Paz Garaigordóbil
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