Miembro de la asociación Babestu
GARA, 21/12/2016
¡Malditos viejos! Sois un riesgo para la economía
Nos acostumbramos a «aparcar» y a veces a «esconder» a
nuestros viejos, convertidos en una incomodidad que nos impedía
disfrutar de la vida que el capitalismo consumista nos ofrecía
El mundo de los ancianos, de nuestros mayores, precisa de
un reconocimiento social, que desgraciadamente no tiene. Nuestra
sociedad carece de las mínimas normas de humanidad donde solamente el
negocio tiene carta de ciudadanía. Para el sistema, ser viejo es una
carga. Una vez que ya no eres productivo, te conviertes en un estorbo,
en un problema para el sistema porque cuestas dinero. Para el sistema,
los ancianos apenas son números y una mercancía, son «cosas». Ellos,
nuestros mayores, han pasado a ser desamparados y desarrapados. Como
decía Robert Castel, «no están conectados a los circuitos de intercambio
productivos, han perdido el tren de la modernización y se han quedado
en el andén con muy poco equipaje» son en definitiva, normales inútiles,
o lo que es lo mismo, inútiles para el mundo.
Decía Taro Aso, ministro de Finanzas de Japón, de 76 años, Católico de profesión, además de ser un empresario millonario y diputado en el Parlamento nipón desde el año 1979: «Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?». Claro que el sistema se preocupa por los mayores, tan claro que la propia Christine Lagarde (directora del FMI) hizo unas declaraciones en el año 2014 que incendiaron las redes sociales, «los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global», añadiendo «hay que hacer algo ya». Y vaya que lo están haciendo.
El neoliberalismo imperante, la crisis económica y la globalización, han posibilitado el progresivo desmantelamiento del Estado de Bienestar, y han puesto en cuestión todos los paradigmas que han formado parte del período que nos ha precedido, sumiéndonos en una gran crisis civilizatoria. Las políticas sociales están condicionadas por los posicionamientos políticos e ideológicos, venidos de la mano de los marcos normativos, que pretenden situarnos en un presunto escenario de competitividad y crecimiento, a través de la implementación de reformas estructurales, que dejan en la marginalidad los objetivos sociales. El pretexto de aplicar esas medidas para la recuperación y el crecimiento económico, no es más que un señuelo perverso, que pretende, en su versión más realista, una revisión del modelo social y una reintroducción del mercado, como sujeto único de la política económica.
Los sistemas de protección social en los países de la UE son un obstáculo, desde el punto de vista de las élites económicas. Sostenimiento del déficit presupuestario, contención de la deuda pública, control del gasto, y otras tantas medidas como la derogación en 2011 del artículo 135 de la Constitución, (que establece, sin rubor alguno, que el pago de la deuda pública fuese lo primero a pagar frente a cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales), son los que marcan la agenda de los estados y los que van arrinconando, cada vez más, los sistemas de protección social que a duras penas sobreviven después de más de 30 años de políticas neoliberales.
El mercado y la mercantilización de la política y la vida social, han penetrado y han ido colonizando gran parte de las cultura populares hasta el punto de modificar valores consolidados hasta hace poco en la sociedad. La racionalidad y la eficacia mercantil se imponen en todos los ámbitos de la vida social, y en ese marco, la economía y el mercado tienen una gran ventaja. Es la racionalidad, en su concepción más weberiana, la que nos arrastra hacia la más absoluta irracionalidad, achicando cada vez más los espacios para la moral y para la justicia social.
Hoy vivimos un proceso progresivo de desintegración social. Jamás ha existido una sociedad humana en la que haya tantas personas solas y sufriendo soledad como está ocurriendo en la sociedad actual. El capitalismo quiere individuos compitiendo salvajemente entre sí y con vínculos sociales débiles o incluso inexistentes.
El sistema desarrollado en el marco del Estado de Bienestar garantizaba las necesidades materiales de las personas mayores, mediante el sistema de pensiones y la cobertura sanitaria y asistencial. Pero en momento alguno supuso una solución al problema del aislamiento y de la soledad, que fueron en aumento conforme se desintegraban los vínculos sociales familiares y comunitarios. Nos acostumbramos a «aparcar» y a veces a «esconder» a nuestros viejos, convertidos en una incomodidad que nos impedía disfrutar de la vida que el capitalismo consumista nos ofrecía; la solución fueron las residencias para personas mayores, un suculento negocio revestido de una aureola de encanto.
El modelo de sociedad que pretendemos, habrá que reinventarlo cuantas veces sea necesario y tiene que responder a las necesidades que mayoritariamente demanda la sociedad. El largo conflicto que se está dando en las residencias de Bizkaia no escapa de esta coyuntura social y política que atraviesa Europa de Este a Oeste y de Norte a Sur. Los recortes son el pretexto perfecto para implementar esa tiranía económica y social que viene de la mano de eso que eufemísticamente denominan «libre mercado». Estamos viendo cómo las empresas funcionan como máquinas indispensables para la precarización del trabajo, sumidas, como están, en el antagonismo de la lucha entre capital y trabajo, es decir, entre el empresario y el trabajador, fracasando estrepitosamente en su función integradora.
Tampoco nos puede resultar ajeno el hecho de que el 90% de las trabajadoras del sector son mujeres, en una sociedad donde la precariedad tiene rostro de mujer y esta se presenta casi siempre en forma de desventaja social. Las auxiliares de geriatría, las gerocultoras, son vistas como las «lavaculos» de las residencias, un estigma que es muy potente, que influye en lo moral y en lo psicológico. Ellas sienten que están en el escalón más bajo de la cadena; de una cadena en la que tienen un papel fundamental.
Este escenario obliga a la sociedad, nos obliga a todos, a asumir la responsabilidad de implicarnos de forma activa y continuada en la defensa de nuestros mayores, que dicen que no quieren ser viejos, que quieren ser personas y que en demasiadas ocasiones son utilizados como arietes para la consecución de objetivos de dudosa legitimidad. En la situación actual, defender a nuestros mayores significa exigir la implicación de las instituciones y de la Diputación Foral de Bizkaia en particular, que asuma la responsabilidad que le corresponde en este conflicto, habida cuenta que la gran mayoría de las plazas de las residencias son asignadas por la Diputación, a través de los pliegos de concertación.
«El civismo lo conforma, no lo gasta una ciudadanía vigorosa. Lo usa o lo pierde» dice Rousseau, y continúa «tan pronto como el servicio público deje de ser el anuncio principal de los ciudadanos, y éstos se valen de su dinero en vez de sus personas, el Estado inicia su declive».
Decía Michael J. Sandel en “La justicia y la vida buena”: «una política basada en el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa».
El mercado se ha constituido como sujeto social y político, acaparando en nombre de la competitividad, rentabilidad y racionalidad los espacios que corresponden a las acciones públicas –a la política– que debieran ser los garantes de la tutela, el estímulo y la legitimación social. Decía Bauman que «las lógicas del mercado y la cohesión social son incompatibles. La normativa ‘moral’ ha de prevalecer sobre la racionalidad, no podemos situar en primer orden la eficacia porque quedaría relegada y marginada la moral, la ética, la justicia, en definitiva la cohesión social». Los resultados y las consecuencias de la aplicación sistemática del neoliberalismo económico o fundamentalismo de mercado, están a la vista, y así nos va.
Decía Taro Aso, ministro de Finanzas de Japón, de 76 años, Católico de profesión, además de ser un empresario millonario y diputado en el Parlamento nipón desde el año 1979: «Veo a gente de 67 años o 68 constantemente ir al médico. ¿Por qué tengo que pagar por las personas que sólo comen y beben y no hacen ningún esfuerzo?». Claro que el sistema se preocupa por los mayores, tan claro que la propia Christine Lagarde (directora del FMI) hizo unas declaraciones en el año 2014 que incendiaron las redes sociales, «los ancianos viven demasiado y eso es un riesgo para la economía global», añadiendo «hay que hacer algo ya». Y vaya que lo están haciendo.
El neoliberalismo imperante, la crisis económica y la globalización, han posibilitado el progresivo desmantelamiento del Estado de Bienestar, y han puesto en cuestión todos los paradigmas que han formado parte del período que nos ha precedido, sumiéndonos en una gran crisis civilizatoria. Las políticas sociales están condicionadas por los posicionamientos políticos e ideológicos, venidos de la mano de los marcos normativos, que pretenden situarnos en un presunto escenario de competitividad y crecimiento, a través de la implementación de reformas estructurales, que dejan en la marginalidad los objetivos sociales. El pretexto de aplicar esas medidas para la recuperación y el crecimiento económico, no es más que un señuelo perverso, que pretende, en su versión más realista, una revisión del modelo social y una reintroducción del mercado, como sujeto único de la política económica.
Los sistemas de protección social en los países de la UE son un obstáculo, desde el punto de vista de las élites económicas. Sostenimiento del déficit presupuestario, contención de la deuda pública, control del gasto, y otras tantas medidas como la derogación en 2011 del artículo 135 de la Constitución, (que establece, sin rubor alguno, que el pago de la deuda pública fuese lo primero a pagar frente a cualquier otro gasto del Estado en los presupuestos generales), son los que marcan la agenda de los estados y los que van arrinconando, cada vez más, los sistemas de protección social que a duras penas sobreviven después de más de 30 años de políticas neoliberales.
El mercado y la mercantilización de la política y la vida social, han penetrado y han ido colonizando gran parte de las cultura populares hasta el punto de modificar valores consolidados hasta hace poco en la sociedad. La racionalidad y la eficacia mercantil se imponen en todos los ámbitos de la vida social, y en ese marco, la economía y el mercado tienen una gran ventaja. Es la racionalidad, en su concepción más weberiana, la que nos arrastra hacia la más absoluta irracionalidad, achicando cada vez más los espacios para la moral y para la justicia social.
Hoy vivimos un proceso progresivo de desintegración social. Jamás ha existido una sociedad humana en la que haya tantas personas solas y sufriendo soledad como está ocurriendo en la sociedad actual. El capitalismo quiere individuos compitiendo salvajemente entre sí y con vínculos sociales débiles o incluso inexistentes.
El sistema desarrollado en el marco del Estado de Bienestar garantizaba las necesidades materiales de las personas mayores, mediante el sistema de pensiones y la cobertura sanitaria y asistencial. Pero en momento alguno supuso una solución al problema del aislamiento y de la soledad, que fueron en aumento conforme se desintegraban los vínculos sociales familiares y comunitarios. Nos acostumbramos a «aparcar» y a veces a «esconder» a nuestros viejos, convertidos en una incomodidad que nos impedía disfrutar de la vida que el capitalismo consumista nos ofrecía; la solución fueron las residencias para personas mayores, un suculento negocio revestido de una aureola de encanto.
El modelo de sociedad que pretendemos, habrá que reinventarlo cuantas veces sea necesario y tiene que responder a las necesidades que mayoritariamente demanda la sociedad. El largo conflicto que se está dando en las residencias de Bizkaia no escapa de esta coyuntura social y política que atraviesa Europa de Este a Oeste y de Norte a Sur. Los recortes son el pretexto perfecto para implementar esa tiranía económica y social que viene de la mano de eso que eufemísticamente denominan «libre mercado». Estamos viendo cómo las empresas funcionan como máquinas indispensables para la precarización del trabajo, sumidas, como están, en el antagonismo de la lucha entre capital y trabajo, es decir, entre el empresario y el trabajador, fracasando estrepitosamente en su función integradora.
Tampoco nos puede resultar ajeno el hecho de que el 90% de las trabajadoras del sector son mujeres, en una sociedad donde la precariedad tiene rostro de mujer y esta se presenta casi siempre en forma de desventaja social. Las auxiliares de geriatría, las gerocultoras, son vistas como las «lavaculos» de las residencias, un estigma que es muy potente, que influye en lo moral y en lo psicológico. Ellas sienten que están en el escalón más bajo de la cadena; de una cadena en la que tienen un papel fundamental.
Este escenario obliga a la sociedad, nos obliga a todos, a asumir la responsabilidad de implicarnos de forma activa y continuada en la defensa de nuestros mayores, que dicen que no quieren ser viejos, que quieren ser personas y que en demasiadas ocasiones son utilizados como arietes para la consecución de objetivos de dudosa legitimidad. En la situación actual, defender a nuestros mayores significa exigir la implicación de las instituciones y de la Diputación Foral de Bizkaia en particular, que asuma la responsabilidad que le corresponde en este conflicto, habida cuenta que la gran mayoría de las plazas de las residencias son asignadas por la Diputación, a través de los pliegos de concertación.
«El civismo lo conforma, no lo gasta una ciudadanía vigorosa. Lo usa o lo pierde» dice Rousseau, y continúa «tan pronto como el servicio público deje de ser el anuncio principal de los ciudadanos, y éstos se valen de su dinero en vez de sus personas, el Estado inicia su declive».
Decía Michael J. Sandel en “La justicia y la vida buena”: «una política basada en el compromiso moral no solo es un ideal que entusiasma más que una política de la elusión. Es también un fundamento más prometedor de una sociedad justa».
El mercado se ha constituido como sujeto social y político, acaparando en nombre de la competitividad, rentabilidad y racionalidad los espacios que corresponden a las acciones públicas –a la política– que debieran ser los garantes de la tutela, el estímulo y la legitimación social. Decía Bauman que «las lógicas del mercado y la cohesión social son incompatibles. La normativa ‘moral’ ha de prevalecer sobre la racionalidad, no podemos situar en primer orden la eficacia porque quedaría relegada y marginada la moral, la ética, la justicia, en definitiva la cohesión social». Los resultados y las consecuencias de la aplicación sistemática del neoliberalismo económico o fundamentalismo de mercado, están a la vista, y así nos va.
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